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viernes, 10 de enero de 2014

Bioshock Infinite (Parte 8)

Justo cuando el pájaro estaba a punto de entrar en el ascensor, Elisabeth con un rápido movimiento del brazo derecho logró cerrar el desgarro. Ambos se quedaron pegados a la puerta del ascensor durante unos segundos hasta que Booker se decidió a hablar.

-No acabo de entender muy bien lo que he visto ahí pero, desde luego, me parece un atajo perfecto para acabar muertos.

-Yo podría ayudarte- respondió la chica cuando el ascensor se abrió- puedo abrir desgarros mientras tú peleas, podría parar balas o incluso hacer aparecer cosas.

-Podría apañarme con lo que saliese...

-En fin, como quieras, supongo.

Salieron del elevador y se encontraron con un pequeño descansillo con dos escaleras que llevaban a un hall que podían ver desde un balconcillo. Había en el medio de la sala una estatua enorme del profeta, Elisabeth se apresuró a leer la inscripción que había en la placa del monumento.

-"Nuestro profeta, padre Comstock, comandante del 7º de caballería"

-Ese tío nunca dirigió el 7º, diablos, ni siquiera recuerdo haberlo visto allí- maldijo él haciendo alarde de su experiencia como soldado.

-El cabo DeWitt demostró allí su valía en el campo de batalla- se escuchó por la megafonía, al parecer estaban en un museo.

-Vaya... ¿Slate? ¿Eres tú?

-Siempre has sido distinto ¿Verdad? ¿Booker? No buscas la gloria.

-Mira, veo que estás metido en un buen aprieto, así que si no te importa dejarnos pasar hasta donde guardan el Jinete Eléctrico, segui...

-¡Ese soldado de hojalata quiere a mis chicos muertos!- le interrumpió la voz- ¡No moriremos a sus manos!

-Elisabeth, ten cuidado, creo que vamos a tener problemas...

-¡A mis chicos les queda elegir morir a manos de un soldado de hojalata o uno de verdad!

-¡Booker, toma!- gritó la chica arrojándole una botella.

Se escucharon ruidos de puertas abriéndose, así que abrió la bebida y comenzó a beber.De repente, sus manos comenzaron a despellejarse, la piel se le caía a tiras, pero no sentía ningún dolor, ni tampoco sentía lo que estaba ocurriendo. Era como una especie de alucinación.
Un hombre con una espada de mosquete se lanzó contra él, y con un movimiento rápido de su mano izquierda arrojó al hombre contra una pared y éste se partió el cuello al impactar. No tardaron en aparecer más tíos iguales. Elisabeth se había escondido detrás de una papelera, donde podía contemplar como Booker alternaba sus poderes, poniendo soldados de su parte, convirtiéndolos en hogueras humanas, lanzando cuervos devoradores de ojos y devolviendo todas las balas que le disparaban con simples movimientos de sus dedos.
Cuando hubo acabado con todos, corrieron a través de la primera puerta que se había abierto. Ella estaba temblando.
Poco tardaron en llegar a una pequeña exposición con decorados chinos cubiertos por nieve.

-¿Qué es esto?- preguntó Elisabeth.

-Rebelión de los boxers.

-¿Qué sucedió allí?

-¿En Pekín? Fui yo quien prendió fuego la ciudad- contestó Slater por los altavoces.- Naturalmente no es así como lo cuenta Comstock.

Continuaron andando por la exhibición con decorados asiáticos que de vez en cuando saltaban para intentar asustar al espectador.

-Espera... Yo he leído sobre esto.-anunció Elisabeth cuando llegaron al fin de la exhibición- Comstock llevó a las tropas de Columbia a Pekín y...

-¡Comstock no estaba allí!- gritó Slater- ¡Los boxers se llevaron mi ojo y a treinta amigos míos! Ni siquiera una placa recuerda su sacrificio.

Se repitió la misma escena de antes, comenzaron a salir hombres con espadas de todas las puertas y DeWitt fue matándolos uno por uno, salvo que esta vez había algo nuevo, un hombre, subido a una especie de torre, empuñaba un arma que lanzaba bolas de fuego como las que lanzaba Booker con Beso del Diablo. No le supuso problema, dado que cada vez que los cuervos se suicidaban contra ellas antes de que lograsen golpearle.
Cuando hubo acabado, Slater comenzó a hablar de nuevo.

-¿Ves jovencita? ¡Observa el hombre que a Comstock le gustaría ser? ¡Un soldado de verdad!


-No quiero hacer esto Slate, dame lo que necesito.

-Eso haré, en cuanto hagas los mismo por mi. Ven a buscarme entre los nativos.

-¿Quienes son los nativos?-preguntó Elisabeth que se había dedicado a robar los cadáveres.

-Wounded Knee, quiere que vayamos a la otra exposición.

-¿Oyes como vienen los soldados de hojalata de Comstock a silenciarlos? Pero somos los auténticos patriotas, la historia que no encaja en sus libros. El soldado de hojalata se adjudicó el mérito de los de verdad. Tu acompañante, jovencita, se cubrió de gloria el  29 de diciembre de mil ochocientos noventa.

Habían entrado en la exposición de la que Slater había hablado, estaba decorado con indios de cartón por todos lados y luces rojas y naranjas.

-¿Qué quiere decir?- preguntó Elisabeth.

-No quieres saberlo.

-Estuviste allí... en Wounded Knee, se te puede ver en la cara.

-¡Díselo Booker!- gritaba Slater por los altavoces- ¡Cuéntale como recorrimos ese campo de batalla como los héroes de esparta! Aún oigo los gritos ¿Lo hará Comstock? ¡Es el soldado del que os hablé! El tipo que Comstock finge ser ¡Comprobad si decía la verdad!

De una puerta que había al fondo del pasillo salió una oleada de hombre que corrían hacia él.  DeWitt hizo un fuerte movimiento con el brazo y los arrojó contra una pared, y nada más hacerlo le arrojó una bola de fuego que carbonizó a la mayoría mientras el resto se retorcía de dolor en el suelo. Pero no había acabado ¿Recordáis tras conseguir el escudo repulsor? Aquel bicho que le atacó con el vigorizador de los cuervos. Allí estaba de nuevo, se movía de un lado a otro de la exposición entre bandadas de cuervos negros como el azabache.
En cuanto lo tuvo a tiro lo levantó en el aire y abriendo rápidamente la mano desprendió de él sus extremidades.

-Les hiciste un favor, Booker, les hiciste morir como hombres- agradeció Slater por megafonía.

-¡Yo no pedí esto! ¡No tengo nada contra esos hombres!

-Los héroes nunca piden.

-¡Nunca dije ser un héroe!

-¿Quién eres entonces? Si quitas todas las partes de Booker DeWitt que intentaste borrar ¿Qué queda? Ven al monumento a la primera dama, casi hemos acabado.

Se encaminaron hacia donde había dicho Slater, una sala llena de velas con un montón de fotos de una mujer vestida de azul.

-Ya has visto lo que ha hecho Comstock con mi historia, ahora mira como ha rescrito él la suya.

Al ver que ya no decía nada más, lo interpretaron como que debían seguir su trayecto. Llegaron a una plazoleta con una fuente, estaba decorada con una estatua de una mujer sujetando a un bebé en brazos. Elisabeth se dispuso a leer la inscripción.

-"La progenie del profeta estuvo más que una semana en el vientre  de nuestra señora."- leyó en voz alta- ¡Comstock tuvo descendencia! Mis libros no mencionaban nada al respecto.

-Es una omisión importante, no puede ser simple casualidad.

-"Pero el hijo enfermo, y nuestra señora rezó día y noche por el heredero del profeta"

No comentaron esta cita y continuaron avanzando hasta llegar a otra estatua con la figura del profeta, la cual comenzó a hablar.

-¡Aunque Daisy Flitzroy asesinó a mi amada no tendrá a la niña! ¡No se interpondrá entre ella y la profecía! La progenie del profeta se sentará en el trono y bañará en llamas las montañas del hombre.

-Soy... soy...

-Eres la hija de Comstock.



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