Corría sin cesar
con el miedo pintado en el rostro. Ya había escuchado rumores sobre una extraña
criatura merodeando por los barrios bajos, una silueta fugaz que a pesar de
ocultar el rostro tras una capucha, siempre tenía dos focos de color rojo
intenso mas allá de la oscuridad que impedía ver sus facciones. Pero él quería
saber mas, quería verlo con sus propios ojos... pobre incauto.
-No camines mas
allá de la farola fundida. No pises los callejones abandonados. Si aprecias
algo más que tu vida, créeme, no te
aconsejo que te acerques a esa zona -le había advertido un anciano borracho en
aquel tugurio.
Ahora, huyendo
aterrado y temiendo por su vida, se arrepentía de no haber prestado atención a
las palabras de aquel viejo. Hacía unos minutos que ya no se escuchaban pasos
tras de sí, así que decidió parar para recuperar el aliento.
Y entonces el
eco de una carcajada fantasmagórica hizo presencia por los alrededores y su
respiración se cortó en el acto. El cazador había encontrado a su presa.
Gotas de sudor
caían desde su frente y sus ojos escudriñaban cada rincón como si de verdad
fuese capaz de escrutar las sombras que le rodeaban. Fue en aquel momento
cuando esa criatura dio con él. Desde lo alto de un edifico en ruinas cayó como
un peso muerto produciendo un ruido seco.
Tenía forma
humanoide, pero de él emanaba un aura siniestra capaz de erizar el vello de la
nuca al mas valiente. Vestía unos ropajes negros con holgura, pues le caían
trozos de tela por hombros, cintura y perneras. En cada brazo llevaba unas
cadenas enrolladas que se desplegaban para acabar en una afilada cuchilla, y
tal como le había dicho, en el interior de su capucha se distinguían dos luces
rojizas que brillaban amenazadoras.
Ese ser comenzó
a acercarse muy lentamente mientras las cadenas ondulaban colgando de sus
brazos.
-¡Aléjate! -le
gritó a la criatura en un intento desesperado de intimidarla.
Pero la criatura
rió y balanceando la cadena cortó y rasgó la carne de aquel hombre, hendiendo
su pecho con el acero. La sangre brotó en abundancia, y junto a ella salió una
extraña voluta de niebla que flotaba y se retorcía lentamente como una culebra
enferma. Aquella cosa la agarró con firmeza a pesar de tratarse de algo
intangible y se la llevó al interior de su capucha, devorándola.
***
-En Japón
ocurren muchas historias día tras día, y todas y cada una de ellas anónimas a
la par que conocidas. Un joven ha salvado a una futura madre de ser apalizada
por bándalos, un mendigo ha sido incinerado vivo en un accidente, una boda fue
interrumpida por la Yakuza causando la muerte de varias personas en el acto, un
hombre es encontrado con el pecho descuartizado y el rostro petrificado en una
expresión de pánico. No cambien de canal, pronto volveremos para informarles de
las últimas novedades de esta gran ciudad...
El locutor del
programa seguía hablando, pero el niño ya no lo escuchaba. Era de noche, hacía
frío y los transeúntes caminaban absortos en sus propios problemas sin
percatarse de él. ¿Quién iba a cerciorarse de un niño cualquiera de 11 años
parado frente al mostrador de una tienda de televisores en una ciudad como
Tokyo?
El pequeño se
giró y emprendió camino por una de las calles de la enorme ciudad, pero algo le
llamó la atención. En un callejón había una persona tirada en el suelo, al parecer
casi inerte. Tanta atención le prestó a aquel sujeto que no vio por donde
caminaba y chocó contra un hombre trajeado.
-¡¿Es que no ves
por dónde vas, niñato?! -le gritó aquel hombre.
-Pe-perdón
señor, no me había fijado- se excusó el pequeño con temor.
-¿No sabes quien
soy? Soy miembro de una Yakuza, si quisiera podría matarte ahora y nadie
movería un dedo, estúpido niño. -el hombre trajeado sacó una M-9 de un bolsillo
y apuntó el canon hacia el niño con una sonrisa burlona.- ¿Quieres una bala en
el cráneo?
El yakuza estuvo
a tan solo un segundo de apretar el gatillo, pero entonces la pistola calló al
suelo seguida de su mano y un charco de sangre se extendió en la acera. Dolor,
confusión, rabia. El yakuza explotó en emociones y gritando buscó al responsable.
Se dio la vuelta y al instante una cuchilla ligada a una cadena se clavó en su
vientre produciéndole una intensa dolencia en sus entrañas. Encogido por el
dolor su rostro se contrajo al verle. Una figura alta, encapuchada, con unos
ojos tan rojos como la sangre que su cuerpo perdía.
-¡Te mataré, mis
muchachos convertirán tu cuerpo en un saco de carne irreconocible! -gritó
consumido por la rabia.
-Que curioso...
eso es justo lo que está apunto de sucederte a ti -de nuevo una voz fantasmal
emergió desde la profunda oscuridad de aquella capucha.
Tirando de la
cadena lanzó al yakuza contra una pared y haciendo bailar ambas cuchillas
arremetió contra él con perfecta determinación. Le cercenó un brazo, después
desgarró su rostro, para continuar sesgó sus piernas de un tajo y el yakuza
cayó al suelo entre gritos de desesperación. Continuó dando tajos cada vez a
mayor velocidad hasta que no quedo nada mas que un saco de carne irreconocible.
Una escena realmente cruenta. Al acabar, otra voluta de niebla flotaba sobre
los restos de aquel hombre, y la criatura volvió a llevárselo al interior de la
capucha.
Aquel ser se
disponía a marcharse de allí cuando algo le retuvo. El niño le agarró una mano
y se pegó a él, mientras que la criatura pareció no hacer caso de aquel gesto.
Ambos comenzaron a caminar con parsimonia perdiéndose entre las intrincadas
calles de Tokyo.
-¿Quien... quien
eres? -se atrevió a preguntar el asustadizo niño.
-Sherth -fue su
única respuesta.
-¿Por qué me has
ayudado? -le preguntó el niño.
-Te pareces a
él... -Le dijo la criatura.
-¿A él? -volvió
a preguntar el pequeño.
-No te
preocupes, yo te protegeré... no pienso volver a perderte -sentenció Sherth
dando a entender que por ahora era suficiente.
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