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miércoles, 23 de octubre de 2013

Bioshock Infinite (Parte 6)

-¡DeWitt! ¡Oye, DeWitt!- aquella voz de nuevo.

Booker despertó y miró hacia delante. Allí estaba Elisabeth, apoyada en un mueble.

-Tráenos a la chica y saldarás tu deuda- le dijo la chica acompañada de la voz.

Él no contestó, y se quedó mirándola.

-¡Sé que estás ahí DeWitt!

-¿Eh… para qué la queréis?

-¡Teníamos un acuerdo!

-¡Responde!

-¡Abre la puerta ahora mismo!

-¿Pensáis hacerle daño? Decidme ¿Qué queréis?

No le contestaban, pero seguían llamando. Como la otra vez, Booker se acercó a la puerta y la abrió. Entonces entró una luz que le cegó por completo.

Alguien estaba apretando su pecho.

-¡Anna! ¡Anna!- gritó confundido.

-No, soy yo, Elisabeth- respondió la chica que le estaba reanimando- ¿Te encuentras bien?

-¿Dónde estoy?

-De vuelta al mundo de los vivos, mira, permíteme- le estiró de la mano para que se levantase.

-Tranquila, puedo sobrevivir yo solo.

-Casi te ahogas…

-He dicho que estoy bien… Dame… un segundo

La chica le miró extrañada, pero en cuestión de milésimas su cara cambió, estaba escuchando música. A lo lejos se podía distinguir el sonido de una banda sonando.

-¿Oyes eso? Es música ¡Vamos!

-Ve tú… Solo… necesito…

-Calma, no tardaré mucho, tranquilo, DeWitt

Entonces, Booker volvió a caer en un profundo sueño. Esta vez no soñó nada, simplemente despertó en la playa. A su lado había centenar de gaviotas comiendo palomitas. También estaban en la arena un montón de parejas tomando el sol, aunque fuesen, por el sol, las ocho de la tarde. Era gracioso porque los hombres vestían con bañadores de cuerpo completo con rayas blancas y negras. Nuestro protagonista se desperezó y pronto cayó en que faltaba algo.

-¡Mierda! ¿Dónde se ha metido?

Echó a correr por la playa, estaba empapado. No había indicios de que la policía estuviese por allí, así que decidió seguir la música. Al fin y al cabo es donde debería estar. El sonido le llevó a un muelle donde había un hombre tocando el piano acompañado de dos trompetistas. Un corro de gente estaba bailando al son de la música. Entre ellos, Elisabeth.

-¡Señorita! ¡Oiga!

-¡Hola! ¡Esto es maravilloso! Baila conmigo, DeWitt- le contestó eufórica la chica.

-Yo no bailo, venga, vámonos.

-¿Por qué? ¿Acaso hay algo mejor que esto?

-Quizás… ¿París?- preguntó recordando el incidente del dirigible.

-¿París? No entiendo ¿Cómo vamos a viajar a París?

Rápidamente improvisó algo.

-¡Es hacia donde viaja ese dirigible!- contestó señalando uno que había en el aire- Pero bueno… si prefieres quedarte aquí bailando.

-¡No, vámonos! ¡Venga, vámonos ahora mismo!

Los dos echaron a andar. Quedaba bastante camino hasta el dirigible, porque si lograban subir, Booker podía sacarlo de Columbia y de ahí no sería difícil bajar.

-Es increíble ¿No? Digo, que todo haya acabado- preguntó Elisabeth- Vaya ¿Hueles eso? Nunca había olido nada igual.

DeWitt no podía describir ese aroma, lo había olido antes, pero no sabía qué era.

-Las playas que yo conozco no huelen así.

Entraron a un edificio, la única entrada a la playa que había. Dentro, había unas taquillas custodiadas por un hombre que hablaba por teléfono.

-No sé, a mi me parece que está armado. Va con ella… Claro, así podemos matar dos pájaros de un tiro.

-¡Eh!- le llamó la atención, pero el hombre no contestaba, así que llamó a la campanilla- Dos billetes para el dirigible Primera Dama.

-Un momento, amigo- respondió el hombre y siguió hablando por teléfono- Sí, ya lo tengo ¿Cómo deberíamos proceder?

-¡Eh, tengo prisa!

-Vale, entendido, le llamaré cuando lo tenga controlado… ¿El pájaro? Entendido- acabó la llamada, esto fue lo único que Booker pudo escuchar.

-Esto no me gusta…-le comentó a Elisabeth- Perdone ¿Va a atendernos o no?

-Oh sí ¡Lamento la espera!- gritó el hombre y sin que DeWitt pudiese reaccionar le clavó un chuchillo en la mano derecha, la que tenía apoyada en el mostrador, éste soltó un grito y se arrancó el cuchillo rápidamente.

-¡Hijo de puta!- gritó y con un gesto de la izquierda metió un cuervo dentro de las taquillas, el cual se puso a picotear al hombre que le había atacado.


El vestíbulo se llenó de gente armada con ametralladoras que le disparaban a más no poder, pero su campo magnético detenía las balas. El se acercó a un enemigo, le puso la mano en la cara y de ésta salió aquel humo verde que se le metió en la boca.  De repente, el guardia se lanzó contra sus compañeros y los mató a tiros. Tras acabar eso, cayó al suelo inconsciente, quizá muerto. Elisabeth miraba atónita, pero le duró poco, salió corriendo horrorizada por la puerta que llevaba al dirigible. Tenía que atraparla, o habría mandado a la mierda todo lo que había hecho, porque solo él sabía que en el Primera Dama no iba a ir a París.

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