-¡DeWitt! ¡Oye, DeWitt!- aquella
voz de nuevo.
Booker despertó y miró hacia
delante. Allí estaba Elisabeth, apoyada en un mueble.
-Tráenos a la chica y saldarás tu
deuda- le dijo la chica acompañada de la voz.
Él no contestó, y se quedó
mirándola.
-¡Sé que estás ahí DeWitt!
-¿Eh… para qué la queréis?
-¡Teníamos un acuerdo!
-¡Responde!
-¡Abre la puerta ahora mismo!
-¿Pensáis hacerle daño? Decidme
¿Qué queréis?
No le contestaban, pero seguían
llamando. Como la otra vez, Booker se acercó a la puerta y la abrió. Entonces
entró una luz que le cegó por completo.
Alguien estaba apretando su pecho.
-¡Anna! ¡Anna!- gritó confundido.
-No, soy yo, Elisabeth- respondió la
chica que le estaba reanimando- ¿Te encuentras bien?
-¿Dónde estoy?
-De vuelta al mundo de los vivos,
mira, permíteme- le estiró de la mano para que se levantase.
-Tranquila, puedo sobrevivir yo
solo.
-Casi te ahogas…
-He dicho que estoy bien… Dame… un
segundo
La chica le miró extrañada, pero en
cuestión de milésimas su cara cambió, estaba escuchando música. A lo lejos se
podía distinguir el sonido de una banda sonando.
-¿Oyes eso? Es música ¡Vamos!
-Ve tú… Solo… necesito…
-Calma, no tardaré mucho,
tranquilo, DeWitt
Entonces, Booker volvió a caer en
un profundo sueño. Esta vez no soñó nada, simplemente despertó en la playa. A
su lado había centenar de gaviotas comiendo palomitas. También estaban en la
arena un montón de parejas tomando el sol, aunque fuesen, por el sol, las ocho
de la tarde. Era gracioso porque los hombres vestían con bañadores de cuerpo
completo con rayas blancas y negras. Nuestro protagonista se desperezó y pronto
cayó en que faltaba algo.
-¡Mierda! ¿Dónde se ha metido?
Echó a correr por la playa, estaba
empapado. No había indicios de que la policía estuviese por allí, así que
decidió seguir la música. Al fin y al cabo es donde debería estar. El sonido le
llevó a un muelle donde había un hombre tocando el piano acompañado de dos
trompetistas. Un corro de gente estaba bailando al son de la música. Entre
ellos, Elisabeth.
-¡Señorita! ¡Oiga!
-¡Hola! ¡Esto es maravilloso! Baila
conmigo, DeWitt- le contestó eufórica la chica.
-Yo no bailo, venga, vámonos.
-¿Por qué? ¿Acaso hay algo mejor
que esto?
-Quizás… ¿París?- preguntó
recordando el incidente del dirigible.
-¿París? No entiendo ¿Cómo vamos a
viajar a París?
Rápidamente improvisó algo.
-¡Es hacia donde viaja ese
dirigible!- contestó señalando uno que había en el aire- Pero bueno… si
prefieres quedarte aquí bailando.
-¡No, vámonos! ¡Venga, vámonos
ahora mismo!
Los dos echaron a andar. Quedaba
bastante camino hasta el dirigible, porque si lograban subir, Booker podía
sacarlo de Columbia y de ahí no sería difícil bajar.
-Es increíble ¿No? Digo, que todo haya
acabado- preguntó Elisabeth- Vaya ¿Hueles eso? Nunca había olido nada igual.
DeWitt no podía describir ese
aroma, lo había olido antes, pero no sabía qué era.
-Las playas que yo conozco no
huelen así.
Entraron a un edificio, la única
entrada a la playa que había. Dentro, había unas taquillas custodiadas por un
hombre que hablaba por teléfono.
-No sé, a mi me parece que está
armado. Va con ella… Claro, así podemos matar dos pájaros de un tiro.
-¡Eh!- le llamó la atención, pero
el hombre no contestaba, así que llamó a la campanilla- Dos billetes para el
dirigible Primera Dama.
-Un momento, amigo- respondió el
hombre y siguió hablando por teléfono- Sí, ya lo tengo ¿Cómo deberíamos proceder?
-¡Eh, tengo prisa!
-Vale, entendido, le llamaré cuando
lo tenga controlado… ¿El pájaro? Entendido- acabó la llamada, esto fue lo único
que Booker pudo escuchar.
-Esto no me gusta…-le comentó a
Elisabeth- Perdone ¿Va a atendernos o no?
-Oh sí ¡Lamento la espera!- gritó
el hombre y sin que DeWitt pudiese reaccionar le clavó un chuchillo en la mano
derecha, la que tenía apoyada en el mostrador, éste soltó un grito y se arrancó
el cuchillo rápidamente.
-¡Hijo de puta!- gritó y con un
gesto de la izquierda metió un cuervo dentro de las taquillas, el cual se puso
a picotear al hombre que le había atacado.
El vestíbulo se llenó de gente
armada con ametralladoras que le disparaban a más no poder, pero su campo
magnético detenía las balas. El se acercó a un enemigo, le puso la mano en la
cara y de ésta salió aquel humo verde que se le metió en la boca. De repente, el guardia se lanzó contra sus
compañeros y los mató a tiros. Tras acabar eso, cayó al suelo inconsciente,
quizá muerto. Elisabeth miraba atónita, pero le duró poco, salió corriendo horrorizada por
la puerta que llevaba al dirigible. Tenía que atraparla, o habría mandado a la
mierda todo lo que había hecho, porque solo él sabía que en el Primera Dama no
iba a ir a París.
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