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domingo, 22 de septiembre de 2013

Todo en tu mirada

¿Fue nuestra irresponsabilidad?
¿El afán del más y más?
¿O simplemente el exceso de libertad que nos ofrecían nuestros padres?
¿Qué hubiera pasado si nos hubiéramos quedado con los diez kilos?

Son cuestiones que ninguno de los cuatro podríamos responder.
Como ellos no están en condiciones de hacer o decir nada, voy a contaros mi vida los últimos diez años.

Recuerdo bien la tarde que comenzó todo.
Para empezar, yo vivía en Sheder, un pueblo a las afueras de Warming capital. Tendría el lugar unos tres  mil o cuatro mil habitantes, la mayoría de ellos ancianos que anhelan que llegue su hora.
Supongo que serían las cuatro o las cinco de la tarde. Jean y yo íbamos a entrenar al centro deportivo, jugábamos a hockey hielo, así que llevábamos nuestro palo y nuestros patines colgando al hombro.
El peligro de ese deporte está bastante sobrevalorado. Cierto es que en las cosas más peligrosas son en las que más precauciones se toman. Así que se registran más muertos jugando a fútbol o a baloncesto que a hockey hielo.
Bueno, la cosa es que de camino teníamos que pasar por una plaza. En ella había una ferretería llamada Tornillos o’Matic. Un nombre gracioso.
Como íbamos un poco sobrados de tiempo nos paramos un momento a mirar el tablón de anuncios que había en la puerta. Fue idea de Jean. Él era alto, de ojos azules. Su pelo era marrón, más marrón que otro marrones. Era delgado, no tanto como yo. Patinaba más rápido que los demás, pero tenía poca movilidad y no sabía frenar, así que normalmente acababa chocándose contra una pared o contra un contrario. Había muchos papeles blancos y cuadriculados con números de teléfono para arrancar, vendían cosas. También había numerosos anuncios de perros, buscaban y regalaban perros. Y otros en los que se ofrecían trabajos en los que sólo los adultos podían trabajar, probablemente por lo que se llama un ADS (Asco De Sueldo)
Entre todos los demás papeles blancos, había un papel amarillo en forma de estrella. Era un cartel amarillo chillón, muy chillón, tan chillón que casi podía oírlo. Para ser un cartel tan llamativo, su anuncio era bastante soso, ponía lo siguiente:

SE BUSCA AYUDANTE DE TIENDA
(Preguntar dentro)

¿A qué se referiría?
Como dice el dicho: “La curiosidad mató al gato”
En ese momento mencioné las cuatro palabras que me arruinaron la vida.

-¿Por qué no preguntamos?

Jean ni siquiera contestó, abrió la puerta directamente.

Dentro, como era de esperar en una ferretería de Sheder, había un anciano con una camisa de cuadros y unas gafas de cristales enormes. Tenía poco pelo y muchas canas, mejor dicho, el poco pelo que tenía eran canas. Tenía una sonrisa que me ponía los pelos de punta, sinceramente, de no ser porque estaba allí Jean hubiese salido corriendo. Ahora que lo veo, alguna entidad extraña estaba intentando hacer que saliera de allí. Debería haberle hecho caso.

-Hola chicos ¿Qué queréis?

Jean se me adelanto a decir nada

-Hola, soy Jean y este es Alex- me puso su mano libre en el hombro, dado que en la otra tenía el palo y los patines- Queríamos preguntarle por el cartel que tiene en la puerta, el de ayudante de tienda

El viejecillo se recolocó las gafas mientras nos deleitaba con una sonrisilla bastante siniestra (otra razón para salir huyendo)

-Y vosotros ¿Qué edad tenéis?

Su pregunta me descolocó un poco mucho. Pero no era nada que supusiera un problema dado que con 15 años podía pagarnos en efectivo sin ningún contrato.

-Los dos quince, señor- Jean volvió a responder

El anciano volvió a reírse, se me heló la sangre. Tras eso se fue al almacén y volvió con una caja grande que le costaba llevar, así que en cuanto salió a la vista corrimos a ayudarle. En la caja había clavos.

-Veréis, aquí hay diez kilos de clavos, cinco kilos de clavos dorados y otros cinco de plateados. Todas las semanas me traen una caja, las separo yo mismo y las vendo durante la semana. Pero ahora ya estoy viejo y no distingo bien los colores, así que he decidido buscar a alguien que me ayude.

Jean y yo mirábamos extrañados dado que el viejo mientras hablaba gesticulaba muchísimo y me parecía hasta demoníaco. Pero para sacar de Babia a Jean intervine

-¿Y cuánto podría pagarnos?

Jean sacudió la cabeza y asintió. El anciano hizo más o menos lo mismo. Realmente no esperábamos ni para pipas, pero su respuesta nos sorprendió muchísimo.

-Lo siento pero no podría pagaros mas de 60€ por semana

Los ojos de Jean se abrieron como platos, creo que hasta hubiese podido ver una PlayStation reflejada en su mirada.
Claramente asentimos y le dimos nuestros números de teléfono. Quedamos en que volveríamos una hora después a por los clavos y el anciano sin ningún problema la guardó debajo del mostrador.
¿Quién nos iba a decir que debajo de ese mostrador se encontraba lo que iba a arruinar nuestras vidas por completo?

Efectivamente, una hora después estábamos allí. Esta vez éramos tres. Jean, Michael y yo. Michael era un compañero nuestro de equipo. Era defensa, buen defensa, el mejor defensa. Su seriedad sobrepasaba muchos de los límites que nosotros poníamos a la nuestra. Podía oír el mejor chiste del mundo que no se movería ni un músculo de su cara. Su pelo era rubio y castaño a la vez, siempre llevaba una cresta y vestía con ropa cara. Era la viva imagen de un pijo rico. Pero realmente no era eso ni por asomo. Sus padres tenían mucho dinero, pero no le soltaban ni un euro. Siempre noté algo extraño en Michael, sus ojos. Eran ámbar, como el ámbar, me refiero a que era como si su iris estuviera hecho de aquel material. Era algo que atraía bastante a las chicas.
El anciano nos recibió con bastante amabilidad, sacó a patadas la caja de debajo del mostrador y nos dio tres billetes de veinte euros. Le dimos las gracias y nos marchamos. No sin antes presentarle a Michael, quién  le dio efusivamente la mano y esbozando una sonrisa. Fuimos a mi casa, saqué dos cubos de fregona y, tras haber esparcido todos los clavos por la mesa íbamos poniendo en un cubo los plateados y en otro los dorados.
No nos dábamos cuenta que cada clavo que metíamos nos hundía más y más en un montón de mierda.

Era ya viernes, día de entrega, y nos faltaban por lo menos 2 Kg. de clavos. Necesitábamos un ayudante. Esa tarde mi madre nos echó una mano de mala gana, y nos dijo que para la semana que viene buscásemos a uno más.

Justo antes de que cerrase, llevamos los dos cubos a la ferretería. El anciano, tras agradecer nuestra ayuda un millón y medio de veces, echó los clavos en dos contenedores que tenía él en el almacén y nos devolvió los cubos.

No nos costó encontrar al cuarto, mejor dicho a la cuarta. Fue Penny, mi vecina, la que se ofreció. Ella tenía nuestra edad, su pelo era negro, largo y más o menos ondulado. Pero había algo impresionante en ella, sus ojos, eran azules claros, brillantes e hipnóticos. Creo que los ojos más bonitos que he visto nunca. Realmente era bastante guapa, muy guapa, guapísima. No sé si podría decir que estaba “buena”, era del montón en cuanto a su cuerpo. Pero a ninguno de los tres nos había interesado nunca. Era muy cerrada, poco accesible. Supongo que sería porque le costaba concentrarse, sacaba las mejores notas, pero invertía mucho tiempo en estudiar; por lo que no salía mucho de casa. Así que ninguno tuvo problema en que viniese.
Acordamos al final repartirlo en 15€ a cada uno. También quedamos en no gastar  ni un solo euro durante los primeros meses.

Así que con la tranquilidad de los primeros meses llegó la primera alegría, que como todas las alegrías, terminan en disgusto.
Habíamos acumulado 1200€, nos daba para comprar un garaje pequeño, de los que tienen más ratones que suelo. Habíamos visto el garaje un tiempo antes y nos encantó la idea, de esa forma podíamos separar allí los clavos.
Quedamos los cuatro para abrirlo por primera vez. Era feo, muy pero que muy feo. Las paredes estaban descoloridas y el suelo era horrible. Había ratas muertas, que Penny aparto con el pie mientras andábamos. Su frialdad siempre me impresionaba, que aunque fuese una chica carismática, para algunas cosas era fría como el hielo.

El garaje no fue un problema, dado que fuimos a la ferretería y el anciano nos regaló unos botes de pintura, unos rodillos para poder pintarlo y unas bombas de gas para matar a las ratas que quedasen vivas. Nos prometió también que nos conseguiría parqué. Si, parqué.

No tardamos mucho en poner eso a nuestro gusto, realmente había quedado bonito, además habíamos ahorrado bastante dinero con el asunto de los clavos, así que también pudimos comprar un ordenador, una televisión de plasma que pusimos en la pared y una PS3 que Jean nos obligó a comprar. El horrible garaje se había convertido en nuestro piso franco. Lo siguiente que arreglamos fue el baño. Como el garaje no estaba adjuntado a ninguna casa, tenía un pequeño baño. Era sucio y feo cuando llegamos, pero después de tener eso a nuestro gusto, el anciano nos dio azulejos para la pared. Era un señor muy amable. Nos ayudaba en todo lo posible.  Ahora mismo no paro de pensar que era un hijo de puta.
Sin darnos cuenta ya había pasado un año entero y no nos habíamos dado ni cuenta de lo que estaba pasando. La cosa empezó a complicarse una tarde en la que fuimos a buscar los clavos.
Esa tarde había dos cajas, la primera eran clavos, la segunda, tornillos. No entendíamos nada ¿Por qué había tornillos esta vez?
Michael fue el primero en hablar.

-¿Por qué hay tornillos, señor?
-Voy a triplicaros el sueldo a cambio de que me hagáis lo mismo con estos tornillos.

Penny abrió los ojos como Jean la primera vez, él se quedó perplejo, incluso tuvo que agarrarse a una estantería para mantenerse en pie. Michael miró a Penny asustado, no sé la razón.
No pude evitar cerciorarme, no podía creerlo.

-¿Y estos tornillos por qué no nos los dio antes?
-Son de un color más fuerte, podía hacerlo yo. Además quería poneros a prueba. Daos cuenta que no podéis hacer esto solos. Tendréis que añadir gente a vuestro grupillo.

A continuación se acercó a la caja, sacó 180€ y nos dio 45 a cada uno.
Nos costó un poco cogerlos, nuestros principios nos impedían aceptar tanto dinero. Creo que fue porque Jean los cogió, porque si no nos hubiéramos negado.
Nos mantuvimos callado mirando la caja de clavos. Mientras tanto el anciano se fue hacia el mostrador y sacó cuatro hojas, nos dio una a cada uno. Eran contratos. No nos habíamos dado cuenta, pero ya teníamos 16 años, ya nos podía hacer un contrato. El viejecillo se dispuso a hablar.

-El día de entrega me los tenéis que entregar. Hoy llevaros los clavos nada más, os daré los tornillos la semana que viene, cuando tengáis a los ayudantes. De todas formas quedaros el dinero.

Michael agarró los clavos

-Muchas gracias, en serio. No le defraudaremos

Intenté diciendo eso romper el hielo un poco.

-Sí, el viernes le traeremos los clavos sin falta

Penny me escoltó hasta la puerta y Michael le dio un toque a Jean, que se había quedado embobado mirando el dinero.

Esa semana estuvimos completamente en silencio mientras clasificábamos los clavos. No sabíamos qué, pero algo se había roto dentro de nosotros. Creo que lo que era un pequeño hobbie en que nos distraíamos más o menos para ganar un poco de dinero, se había convertido en un trabajo fijo en el que poníamos mucho esfuerzo.
No nos costó encontrar a los dos ayudantes. Uno se llamaba Logan, tenía el pelo corto y rubio. Tenía una sonrisa bastante brillante la verdad. Podíamos comprobar como Penny babeaba detrás de él. Y el otro se llamaba Pierre, pero todos lo llamaban Hamlet (desconozco la razón). Así que de esa forma lo llamábamos. Era un chaval francés, moreno y de ojos grises. Era muy tradicional. O sea, que no se diferenciaba de la gente normal.
Michael había tomado un tornillo de la caja para compararlo con los clavos. Y se dio cuenta que cada tornillo era dos veces un clavo. Así que en 10kg cabían la mitad de tornillos que de clavos. Así que el razonamiento fue que si entre cuatro personas clasificábamos los clavos, dos personas podrían hacer los tornillos.
En lo único que no nos pudimos poner de acuerdo fue en cuánto pagarle a los ayudantes. En un principio pensamos en quedarnos con la duplicación del sueldo. Pero al final Jean tuvo una idea. Les preguntamos a ellos cuanto querían cobrar. Nos dijeron que con 5€ la semana les bastaba. A los chicos nos pareció bien, a Penny no. Decía que no era ético pagarles tan poco. Era una discusión normalilla hasta que se me ocurrió soltar una frase estúpida pero cierta a la vez.

-Penny, tú lo haces porque andas embobada de el Logan ese.

No la vimos durante dos semanas. Hicimos el trabajo solos, incluso ayudamos un poco con los tornillos. Eso sí, cada semana íbamos a su casa y le dejábamos el dinero en el buzón.
A la tercera semana vino al garaje, pensábamos que se sentaría y se pondría a trabajar. Pero no fue así. Traía bajo el brazo una caja. Dentro había una balanza de esas, de las de pesar. Cogió clavos a puñados y empezó a pesarlos, cuando llegó a los 2 kilos y medio los metió en la caja y se marchó dejando ahí la balanza. Se lo dijimos, pero hizo un gesto de indiferencia. No sonrió en ningún momento. Su mirada fría combinada con sus ojos azules nos helaba la sangre a los tres. Incluso creo que escupió al salir, total falta de feminidad. Tenía que disculparme. Pero ¿Por qué? Realmente solo había dicho la verdad. Ella estaba embobada mirándolo. Nos irritaba a todos ver sus ojos fijados en un chico al que ni siquiera pensábamos contratar. Era muy molesto. Creo que en el fondo nos gustaba a los tres. Sus ojos nos cautivaban. Además sus perfectas caderas nos ponían mucho. Demasiado. Supongo que por eso pasó lo que pasó.

Esa misma noche fui a su casa a pedirle perdón. No estaba el coche de sus padres, así que supuse que estaría sola. Sinceramente me acojonaba bastante tener que pedirle perdón delante de ellos. Me abrió Logan. No me asusté al ver su cara, si no al ver su cuerpo. Su cuerpo desnudo, tapado solamente con una toalla. Me quedé mirándolo hasta que él rompió el hielo.

-¿Hola?
-Hola ¿Está Penny?- le contesté temblorosamente
-No, estoy allanando su casa ¿A ti que te parece?
-Logan ¿Quién es?- se oyó desde dentro, era Penny

Él no contesto

-Vamos, pasa

Él me había hecho una hueco para pasar hacía rato pero por alguna razón u otra mi cuerpo se negaba a pasar. Terminé entrando. Oí pasos, era Penny. Cuando llegó me sorprendí mucho no, muchísimo. Igual fue mi mente perturbada la que me llevó a pensar mal. Ella estaba vestida. Es más, no se podría haber puesto tantas cosas desde que había sonado el timbre.

-¿Qué quieres?- me preguntó con un tono de lo más borde
-¿Podemos hablar a solas? 
 -Claro, ven a la cocina

Había estado muchas veces en su casa. De pequeño. Cuando mi madre trabajaba de tarde, yo me quedaba en casa de Penny a jugar. Jugábamos muchísimo al escondite.

-Bueno, ahora sí ¿Qué coño quieres?
-Primero, te quería perdón. A lo mejor me pasé un poco con lo de Logan, tampoco estabas tan embobada, es más ni se te notaba. Pero ¿Qué? Ya te lo has ligado ¿Eh?

Penny estalló en risas. Se reía tanto que tuvo que beber agua.

-Alex ¿Enserio pensabas que me gustaba Logan?
-No se…
-Es mi primo idiota- y seguía riéndose

Me sentí ridículo. Muy ridículo. Michael y Jean se me iban a reír de mí en cuanto se lo contase. Por último acabé riéndome yo también. Penny me dio un vaso de agua. Y tras un rato acabamos sentados los tres en el sofá hablando de cosas de la vida. Claro que Logan ya se había vestido.

-Pero a ver, algo no me cuadra ¿Por qué Logan estaba desnudo?- tras eso comencé a beber agua
-La estaba violando- contestó Logan con una frialdad parecida a la de Penny

Penny reventó a reír otra vez.

-En su casa no tienen agua y se ha venido a duchar aquí, tontón.

Me eché a reír también.
Pasados 15 minutos Logan se fue porque llegaba tarde a casa. Yo le dije a Penny que me iba a ir también. Pero ella me agarró con sus piernas como si fuesen una pinza. Me dijo que me quedara a cenar, que sus padres se habían ido de viaje a Nápoles y no volverían en una semana. Así que tendría que comer sola. Mis padres tampoco estaban en casa. Iba a cenar sólo también porque mi hermano estaba en casa de su novia. Le dije que sí. Pero que pasaría a por una película a casa porque hasta que cenásemos quedaba bastante rato. Como estábamos en invierno anochecía mas temprano, así que a las 18:00 ya había anochecido. Que fue la hora a la que llegué a casa de Penny. Así que eran las 19:00. Hice ese cálculo de camino a casa. Llevé Pesadilla en Elm Street: El origen. En cuanto nos pusimos a verla, ella sacó una manta, se sentó al lado mío, me echó encima la manta y me abrazó.

-Tranquilo, sólo quiero un poco de calor corporal. Pon los pies sobre la mesilla, estarás más cómodo.

Sonreí y obedecí. Ella olía a chica. Muy a chica. Tal cual me imaginaba el olor de las chicas que mataba el protagonista de El Perfume. Un olor seductor, quizás mas que eso. Sentía como si esa invitación a cenar fuese otra cosa. Yo sabía que ella no era virgen. Pero ella que yo lo era creo que no. Nunca hablaba con ella de esas cosas. Inconscientemente puse mi brazo por encima de su hombro. Ella me miró a los ojos, sonrió y se acurrucó más.
Presté poca atención a la película, dado a que no estaba muy acostumbrado a tener a una chica a mi lado de esa forma. Cuando ya había acabado Penny llamó a Telepizza para que nos trajeran unas pizzas. Media hora después estaban allí. En esa media hora le estuve contando lo que habíamos estado hablando con Michael y Jean. Pensamos en comprar la pequeña parcela que había detrás del garaje. Que habían hablado con el dueño y que podíamos conseguir el dinero en 2 meses. Pensamos con ello en tirar la pared del fondo y ampliar del todo el garaje. Quedaría perfectísimo. Creo que le hablé de todo eso sólo para evitar que me preguntase nos había puesto celosos con lo de Logan. La conocía bien y sabía que lo estaba pensando. Nos comimos las pizzas mientras veíamos un programa de vídeos de la gente cayéndose y golpeándose. Nos partimos de risa. Ya eran las once, y aunque mis padres tenían una cena y no volverían hasta las tantas, me empezaba a sentir un poco incómodo. Penny aprovechaba cada segundo para agarrarme y agazaparse a mí. Estaba seguro, pero segurísimo, de que cuando llegara casa empezaría a decirme “Idiota, idiota, idiota” mientras me daba golpes. Le dije que me tenía que ir, que ya nos veíamos mañana. No me dejó irme, me agarró de la camiseta por detrás y no me dejó irme.

-Penny para, que mañana tengo que madrugar para…

Era sábado.

-¿Para qué?- me preguntó con una voz suave que me excitó muchísimo

Me sentó en el sofá otra vez.

-Vamos, quédate, nos lo pasaremos bien- me dijo mientras se subía encima mío

Por último me besó. Nunca la había besado, sus labios estaban calientes. Mejor dicho, su cuerpo estaba caliente. No se para qué tenía puesta la manta si debía estar asándose.
Me zafé rápidamente de ella.

-¡Penny ya vale joder!- grité- No sé qué es lo que quieres pero así no lo vas a conseguir. Ya se que quieres algo porque nunca te has fijado en mí. Cosa que me da igual. Pero si quieres algo es mejor que me lo pidas a que hagas esto.

Puso una cara de extrañeza extrema.

-¿Pero tú que te crees? ¿Qué soy puta? Ya se que si quiero pedirte algo no tengo más que pedírtelo. Pero me parece un poco raro llamarte y decirte “Eh Alex, quiero sexo ¿Y tú?”
-A ver, tú me gustas. Me pareces una chica encantadora y todo lo que quieras. Pero eres mi amiga, nos conocemos desde pequeños. No quiero arruinar así nuestra amistad. Suena muy cursi pero es así. Lo siento Penny.
-Vale vale, tranquilo. Te entiendo. Buenas noches

Se levantó y me dio un suave beso en la mejilla mientras apagaba la tele. Tras eso hizo lo mismo con las luces, me miró sonriente y se marchó a su habitación. No sin antes acompañarme hasta la puerta. Su frialdad me dejó helado, como siempre.
Ni siquiera llegué a casa y ya empecé a arrepentirme. Ay, si le hubiese dicho que sí. En ese momento estaría en su cama, abrazado a ella. Pero bueno, siempre he sido alguien optimista. La oportunidad ya había pasado. Too late.
Lo que había pasado esa noche no afectó para nada en nuestra relación. De vez en cuando nos quedábamos mirando mutuamente durante un rato hasta que acabábamos riéndonos. Ella volvió al garaje a trabajar y todo siguió normal. Tres meses después logramos hacer la reforma y el garaje se amplió de tal forma que podíamos permitirnos que trabajasen Logan y Hamlet en el garaje con nosotros. Esta vez el tiempo pasó a una velocidad vertiginosa. Pasaron dos años, sí dos años. Ninguno nos dimos cuenta, pero estábamos haciendo ese trabajo prácticamente sin cobrar, porque todo el dinero que ganábamos iba directamente a una hucha que teníamos en el garaje. Salvo unos sofás que compramos y el cambio de la puerta. Cambiamos la puerta de garaje por una pared de cemento con una puerta de madera. El garaje estaba precioso. Pero la cosa es que en la hucha estaba el trabajo de 2 años enteros (descontando un año de ganancias dado que habíamos gastado dinero). Había ahí 4320€. Realmente una fortuna.
Ya teníamos los 18, estábamos sacándonos el carnet. Habíamos pasado los cuatro por unas cuántas parejas. Todos menos Jean. Jean tenía novia desde hacía mucho. Se llamaba Alice. Era una chica pelirroja. De pelo rojo pasión. Pero un rojo muy rojo. Tan rojo que parecía teñido. Aunque no lo era. Sus ojos eran iguales a los de Jean. Quizás un poco más verdes. Pero hacían buena pareja la verdad. Michael había estado saliendo con un par de chicas un poco ¿Cómo decirlo? Pijas, no, creídas, si, egocéntricas. Michael se había vuelto inaguantable. Era pedante, su acento se había vuelto del todo asqueroso. Creía que podía con todas las chicas. Incluso me contó Penny que había intentado besarla. Pero ese no era el principal problema de Michael. Su principal problema era otra cosa. Lo descubrimos hacía un año, cuando, tras haber acabado de hacer su parte de los clavos, se puso a liarse un porro en la mesa. Fumaba marihuana todo el día. Por último tuvimos que decirle que fumase fuera. Llegábamos a casa apestando a hierba.
Penny había tenido dos novios. Uno se llamaba Ricky, resultó ser gay. Y el otro no recuerdo su nombre, pero era feo.

Las cosas pintaban bien para nosotros. Hasta que llegó la noche en la que todo se arruinó. Ya todos teníamos piso propio y estábamos estudiando. Una noche quedamos los seis para hacer una fiesta, con Logan y Hamlet, en el piso de Michael. Nos lo pasamos muy bien. Logan y Hamlet se fueron juntos a las cinco, porque vivían cerca. Yo me fui media hora después que ellos. No sé qué ocurrió. Solo sé que a partir de esa noche, todos empezamos a trabajar en casa. Ya no pisábamos el garaje para nada. No nos juntábamos. Penny, por razones de la vida, encontró piso al lado mío. Cuando la veía (Pocas veces, parecía que me evitaba) tenía mala cara, parecía que hubieses hecho algo malo. Incluso entregábamos los clavos por separado. Muy separado. Incluso llegamos a pedirle al anciano de la tienda que nos separase los clavos en intervalos de dos kilos y medio. Además le dijimos que cuando fuesen los otros chicos a buscar los tornillos les diese 5€ a cada uno.
Nunca supe lo que pasó esa noche. Sólo recuerdo mucho alcohol y olor a marihuana. Realmente me fui por eso, parecía que la cosa se iba a poner bastante mal. Tenía razón.
El problema no fue que hiciésemos el trabajo por separado. El problema era que no nos juntábamos. Los únicos amigos que teníamos éramos nosotros. Y los habíamos perdido.

Pasados un par de meses, Michael, dejó de estudiar. Él estaba en ingeniería. No soportó la presión. Dijo que se iría a París y que no volveríamos a verle. Después de esta noticia Jean, Penny y yo nos juntamos una tarde en el garaje para hablar de ello. Reinaba el silencio, durante diez minutos no abrimos la boca ninguno. Hacía mucho que no veía a Jean. Me dispuse a romper el hielo.

-Bueno ¿Y ahora qué?

Penny me miró, hacia tiempo que no lo hacía. Sus ojos habían cambiado de color, ahora eran grises. Ya no era la misma. Mi madre siempre decía que nuestro color de ojos siempre destacaba como éramos. Penny era otra persona. Se lo noté. Ella se dio cuenta y dejó de mirarme.

-Supongo que hay que buscar a otro ¿no?- contestó Jean
-Yo quiero dejarlo ya, este trabajo nos está consumiendo. Además nos quita tiempo de estudio- dijo Penny
-¿Pero estás loca? Este trabajo nos está ayudando muchísimo. Creo que no hace falta buscar a nadie más. Somos mayores, podemos hacer el trabajo solos. Pero estaría mejor que lo hiciésemos aquí. Los tres juntos.

Quise convencerles así de que todo era una tontería. Al final quedamos en que seguiríamos trabajando. Y que el dinero de Michael se lo daríamos a Hamlet y a Logan.
Eso le gustó a Penny.
Pensé que todo había vuelto a la normalidad. Mejor dicho, lo había hecho. Pero al parecer la felicidad no existe. Es una palabra que se han inventado los hippies para llamar la atención. Nadie es realmente feliz, tenga lo que tenga. Siempre hay un objetivo en todo. Y cuando llegas a él todo se acaba. No tienes más objetivos. Comparable con un videojuego creo yo.
A los dos meses nos llegó una carta a cada uno. Teníamos que cobrar una herencia, la misma. De un tal Faustine Ernst. Era el anciano. Nunca llegué a leer mi carta entera. Serían las diez de la mañana y llamaron a mi timbre. Era Penny, sus ojos emanaban lagrimas, muchas lagrimas. Nunca la había visto llorar así. Cuando le pregunté que pasaba me enseñó su carta. No lloré. Yo nunca lloro.
Ese domingo fue el funeral. No acudimos al velatorio. Había mucha gente en la iglesia. En el entierro, nadie. Pero absolutamente nadie. Sólo Penny, Jean, Alice y yo. No teníamos la más remota idea de quién había pagado las coronas, comprado el ataúd y alquilado el coche fúnebre. Ni quien era la gente que estaba en la iglesia. Cuando ya estuvo bajo tierra el cajón nos dispusimos a cobrar la herencia. Al fin y al cabo nos habíamos quedado sin trabajo. Siento la frialdad con la que relato esto. En ese momento supuso un shock para los tres.
Absolutamente perplejos. Helados. Tiesos como piedras. Así nos quedamos cuando leímos en el texto de la herencia el nombre de Tornillos o’Matic. El anciano nos había legado la tienda. Pero no solo eso. Si no que también nos había dejado pagada la mercancía de 10 años. Penny casi se desmaya. Incluso tuvo que agarrarse al vestido de Alice, la cual casi enseña todo. Jean me miró perplejo. Sus ojos azules se posaron en los míos. No se por qué, pero empecé a gritar y a saltar. Aunque, era un día triste, estaba contento. Muy contento. Penny lloraba de la alegría y Jean se había puesto a besar a Alice de una manera que parecía que le daba igual estar una oficina.
Vendimos el garaje por el doble de precio que lo habíamos comprado y nos instalamos en el enorme almacén de la ferretería. Era gigantesco. Tan gigantesco que nos costó dos años remodelarlo entero para que pareciera algo flipante. Éramos millonarios, en dos años llegamos a tener una cantidad insana de dinero. Como el anciano nos había dejado pagada la mercancía no teníamos gasto alguno. Además éramos la única ferretería en kilómetros a la redonda. Ni siquiera había ninguna en Warming, aun siendo esta la capital del país. Era algo irónico. Así que todos nos compraban. El almacén tenía una televisión gigantesca, más grande que la pequeña Alice. Pasábamos el día entero ahí dentro, jugando a las consolas que teníamos (habíamos comprado todas), en un Jacuzzi que nos había costado bastante dinero instalar. Nos turnábamos para atender la tienda (ni en dependientes gastábamos dinero). Era el jodido paraíso.
Penny había empezado a salir con un chico llamado Tomas, era cachondísimo. Tenía el pelo negro y largo, unos ojos de un amarillo brillante y una dentadura perfecta. Me alegraba ver a Penny con un chico como él. Yo también estaba saliendo con una chica, se llamaba Lucy. No destacaba por sus ojos, ni por su sonrisa, lo hermoso era su pelo, era liso a todas horas. Podías darle con el secador mientras estaba mojado que seguiría liso. No lo planchaba ni nada. Solo era liso. Me enamoré de ese pelo.
Llegó el momento en el que habíamos acabado las carreras. Me recibí en derecho, Penny en marketing y Jean en filosofía. Nuestros sueños cumplidos. Todo era una jodida fantasía. Pero como verdad universal, las fantasías no son reales. Es más, duran poco.
Una tarde mientras estaba atendiendo la ferretería entro un hombre de pelo negro, noté que era teñido. Su flequillo le tapaba los ojos. Se acercó al mostrador, se quitó la melena de los ojos y dio a ver dos iris de color ámbar, parecían piedras. Lo reconocí de inmediato. Era Michael. No se de donde ni como, pero sacó una pistola y me apuntó.

-Buenos días Alex ¿Qué tal? ¿Disfrutando de tu fortuna a mi costa?

Sin duda se había vuelto absolutamente loco.

-¿Qué quieres Michael?- le dije tartamudeando
-Tranquilo amigo, sólo quiero cobrar una cosa
-¿Cuánto quieres?- sí, siempre he sido un cagueta
-¡Una jodida vida! Tú me quitaste la mía con tu estúpida idea de los clavitos de mierda.
-Perdona pero tú fuiste el que quiso trabajar
-¡Pero fue tu idea! Ahora voy a llevarme tu vida y estaremos en paz. Luego me suicidaré aquí mismo. Ni siquiera intentaré quitarme culpas. Te mataré como ha hecho la droga conmigo. Droga que, de una manera directa o indirecta me suministrabas tú.

Miré hacia abajo esperando el disparo, sabía que iba a morir. No tenía elección. Oí un golpe de metal. Miré hacia arriba y estaba Jean, con una palanca en la mano. Me desmayé.
Desperté en un hospital. Penny y Jean estaban en la habitación. Podía verse en sus caras una expresión de seriedad. No entendí lo que hablaban durante unos minutos.

-Chicos ¿Qué pasa?- pregunté extrañado

Se veían lágrimas en los ojos de Penny. Se miraron por un momento y Jean se sentó en la silla que tenía al lado de mi cama.

-He matado a Michael

Realmente se me detuvo el corazón. Relacionando términos, si Jean no hubiera matado a Michael, yo probablemente estaría en un sótano sin ventanas. Pero no podía creerlo. Al fin y al cabo Michael había sido siempre mi amigo. Realmente no sabía que decir, así que dije lo primero que se me pasó por la cabeza.

-¿Y el cadáver? ¿Qué habéis hecho con él?
-Está en el almacén, hemos dicho que te habías mareado por los vapores del jacuzzi. Vamos, levántate que nos vamos.

Rápidamente nos fuimos a la ferretería, donde estaba el cuerpo. Ni siquiera se habían molestado en esconderlo. Estaba tirado en medio del almacén. Nos rondaron mil ideas de qué hacer con él. Por último resolvimos enterrarlo en un descampado que había a dos manzanas de la ferretería.
A las cuatro de la mañana lo enterramos Jean y yo, Penny no vino. La cosa ya se había tornado oscura. Nos habíamos cargado a un tío. Me parece del todo inhumano. Pero lo peor acababa de empezar.
Como siempre pasa, las desapariciones se investigan a fondo. Nosotros nos habíamos deshecho del cuerpo y de todo lo que hubiera podido dejar huella de Michael. Así que no encontraron ni el cuerpo ni ninguna pista que pudiera inculparnos (Aunque estuvieron registrando la ferretería a fondo)
Tuvimos una semana la tienda cerrada. Estuvimos cada uno en nuestras casas. No descansando, si no reflexionando. Sabíamos que nos habíamos convertido en asesinos. Habíamos matado a un amigo por lo que había sido una caja de clavos. Una insignificante caja de 10 kg de clavos, 5 kg de clavos dorados y otros 5 kg de plateados. Éramos repugnantes. Yo no podía dormir. Me atormentaba a mi mismo. Lucy no sabía nada. Solo intentaba calmarme cuando le decía que había tenido una pesadilla. Me abrazaba y se dormía, pero yo no podía. No podía dormir sabiendo que el cadáver de un amigo estaba enterrado en un campo. A la intemperie de cualquier perro que meara encima. Merecía una tumba mejor. Me levanté de la cama. Llovía. Llovía mucho. Lucy no notó mi ausencia. Me fui hasta le ferretería, cogí una pala y corrí hasta el campo en el que Michael estaba enterrado. No tenéis la más mínima idea de la sorpresa que me llevé al encontrar a Penny y a Jean allí. Estaban desenterrando a Michael. Rápidamente y sin decir nada me uní a ellos. El cuerpo olía terriblemente mal. Las bacterias ya habían empezado a devorarlo por dentro. Colocamos el cadáver encima de una carretilla que alguno de los dos había traído. La lluvia era muy fuerte. No dolía. Hasta que empezó a granizar. Dios nos estaba castigando. Éramos unos hijos de puta. Habíamos dejado a un amigo enterrado en medio de un campo cualquiera. Anduvimos hasta el cementerio. Éste se encontraba en la otra punta del pueblo. El granizo caía fuerte. Dolía muchísimo cada impacto. Y eran más de diez por segundo. Además estábamos en pijama. La necesidad de darle una buena sepultura a nuestro amigo nos había enviado casi como zombies hasta allí. El granizo caía más fuerte y más grande. Pudimos contemplar como rompía la luna de un coche. Un hielo me impactó en la boca y me abrió el labio. Mi sangre emanaba como si fuese una fuente del infierno. Llegamos al cementerio y con ayuda de la pala excavamos un agujero en una pequeña parcela de tierra que quedaba. Hicimos muy buen agujero. Pero no nos parecía suficiente. Teníamos que conseguirle un ataúd. Como tremendos enfermos fuimos los tres, sin pensarlo, a la tumba del anciano. Cavamos y sacamos el cajón, que aún se encontraba en aceptable estado. Lo abrimos para sacar el cadáver y poner el de nuestro amigo. Penny se desmayó al ver el interior del ataúd. Estaba vacío. Completamente vacío. No quedaba ni rastro del anciano. Jean y yo quedamos paralizados sin saber qué hacer. Después de unos diez minutos quietos nos miramos y proseguimos a poner el cuerpo de Michael dentro. Lo metimos y lo enterramos. Como en el libro de Nada relata, cuando fuimos a tapar el agujero del anciano, faltaba por lo menos un tercio del contenido. Sin ningún problema ni preguntar, Jean tiró la carretilla y la pala y empezó a echar la tierra con las manos. Yo lo ayudé. Nos pusimos de pie delante de donde Michael estaba enterrado y me dispuse a hablar.

-Aquí yace Michael Peterson, el amigo más serio que he tenido en mi vida

Cogimos a Penny y nos fuimos a casa. La cara de Penny sangraba, la mía también. Jean estaba lleno de moratones. Casi irreconocible. Fuimos a la ferretería a bañarnos en el jacuzzi. Nos metimos con ropa incluida. Metimos a Penny también. De esa forma recuperamos nuestra temperatura corporal. Ninguno dijimos ni una sola palabra en toda la noche, salvo las mías cuando enterramos a Michael. El agua del jacuzzi se torno de un marrón rojizo, por el barro y la sangre. La cara de Jean recupero su estado normal un poco después de entrar. Estaba morada pero por lo menos parecía él. Tras limpiarme la sangre me cosí la herida yo mismo. Lo mismo hicimos con Penny que las tenía por toda la cara. Parecía que nos hubiéramos peleado con alguien. Sin decir absolutamente nada Jean cogió el coche, se acercó a la gasolinera y cuando volvió empezó a meter bidones de gasolina en la ferretería, metió un total de 25 bidones. Sabía lo que pensaba, le ayudé. Marcamos un pequeño camino hasta el centro de la ferretería con la sustancia negra y pusimos al final los bidones llenos. Levantamos entre los dos la caja fuerte, la abrimos y la pusimos justo al lado. Sacamos a Penny al porche para que no la dañara más el granizo. Agarré una caja de cerillas, saqué una, la encendí y la arrojé a la gasolina. La ferretería explotó en mi cara, los cristales me saltaron a la cara y a los brazos, aun conservo las cicatrices. Jean nos llevó a Penny y a mí al hospital y se marchó.

Desde ese día no volvimos a vernos. La vida me fue mal a partir de ahí. Nos fuimos de Sheder para intentar subsistir en otros países. Ni el título de abogado me salvó. Por eso ahora escribo esto en una servilleta de un bar. Quizás alguien lo lea. Me detengo porque se me han acabado y porque seguramente dentro de unos minutos el camarero vendrá a decirme que si no voy a consumir que me vaya. Le entendería. Ver a un vagabundo arrancando y escribiendo servilletas no es de muy buena imagen en los bares de New York. Vine aquí con la idea de que podría empezar una nueva vida aquí. Me equivoqué. Mi nombre es Alexander French. Si alguien quiere publicar esto en un periódico o libro, suerte. A mí no me molestéis.



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