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lunes, 23 de septiembre de 2013

Bioshock Infinite (Parte 2)

Llamaban a la puerta fuertemente. No se oía una palabra, solo golpes. Booker se levantaba resacoso de la mesa, en la cual había una pistola, una Mauser Prototype CX7, una cantidad interesante botellas de whisky barato vacías acompañadas de cajetines de cigarros. Esparcidos por la mesa también había boletos del hipódromo tachados junto al pasaporte de DeWitt. Durante unos segundos lo veía todo nublado y no podía casi ni levantarse. La puerta seguía sonando. Cada vez más fuerte y la persona que estaba llamando no decía absolutamente nada.

-¿Quién anda ahí?- preguntó Booker un poco mareado, pero los golpes no cesaron- ¿Quién coño es? Deja de golpear la maldita puerta

Aquella presencia por fin habló, pero seguía golpeando.

-Tráenos a la chica y borrarás tu deuda- decía aquella voz, parecía una radio
-¿Qué es lo que quieres?
-¡Teníamos un acuerdo! ¡Abre la puerta ahora mismo!
-Te lo dije… ¡No voy a hacerlo!- le contestó pesadamente mientras se levantaba- Ahora vete.

La voz se mantuvo callada unos segundos. Durante ese corto periodo de tiempo Booker analizó un poco la habitación. Estaba todo en blanco y negro, lleno de botellas vacías, algunas de whisky como las de la mesa, otras eran ginebra y algunas simplemente de cerveza. Había una maleta sobre la deshecha cama y una diana en la pared con todos los dardos clavados sujetando carteles de apuestas, es decir, eso no era una diana, era un corcho. La voz volvió a hablar.

-¡DeWitt! ¡Abre la puerta o la tiro abajo! ¡Abre, DeWitt!

Booker se acercó a la puerta, y tras una breve pausa en el movimiento del picaporte abrió la puerta. No daba abasto a lo que veía. Era Columbia, sí, la ciudad en el aire. Pero estaba diferente, mejor dicho, estaba jodida. Los edificios en llamas, el cielo negro plagado de misiles que caían sobre la ciudad… Pero lo que más destacaba era un dirigible al cual no atacaban los proyectiles, éste tenía una especie de metralleta o torreta en la parte inferior. Pareció alertarse de la presencia de Booker, entonces se giró y empezó a dispararle. Un gran destello proveniente del dirigible iluminó todo.


-¿Y como sabemos que esto era el nuevo edén?
-Debemos confiar en nuestro propio orgullo para ello
-No, porque nuestro orgullo no puede
-Lo sabemos porque el ángel Columbia entregó a nuestros Fundadores tres regalos de oro.

Booker se despertó entre tres estatuas de lo que eran los padres Fundadores de los Estados Unidos, pero vestidos con togas y con unas gigantescas llaves en las manos. Delante suyo, estaban rezando, a los que parecía ser la estatua de George Washington, tres de los que estaban con él cuando el Predicador Willing le “bautizó”.

-Ese estúpido cura necesita aprender la diferencia entre bautizar a un hombre y ahogarlo- se dijo DeWitt a sí mismo mientras se levantaba, ignorando como había llegado hasta ese sitio- necesito encontrar un punto de referencia para saber donde estoy.

Porque no se encontraba en la iglesia donde había sido “bautizado”, estaba en una especie de jardín. Todo era un charco con pétalos, como dentro de la iglesia, pero ahora estaba al aire libre y había rosales por todos lados. Conforme andaba iba viendo más personas con togas blancas, los cuales estaban rezándole a la nada. Quizás lo hicieran hacia los rosales. Recorrió el jardín entero, de punta a punta. En él había gente rezando en cada rincón, pero no eran oraciones normales, casi todos hablaban del Profeta Comstock, parecía ser una especie de divinidad allí. Hasta que Booker llegó a una gran puerta blanca que destacaba mucho, estaba tallada con dibujos de personas alabando a lo que supuso que ese tal Comstock.

-Que una ciudad vuele no significa que no esté llena de necios- se dijo DeWitt antes de abrir la puerta.

Cuando la abrió descubrió que el edificio en el que estaba el jardín montado estaba en descenso, así que se agarró fuertemente a la puerta. Ignoraba como funcionaba esa ciudad, pero supuso que había que tomar ciertas precauciones, porque no siempre estaba todo alineado con las calles. Por decirlo de alguna manera, se montaban como puzzles y cuando estabas en el extremo de una construcción tenías que apretar un botón y esperar a que se alinease con alguna calle para poder continuar tu trayecto. Así que Booker, esperó a que aquel extremo se juntase con otro que tenía a la vista. Cuando llegó se soltó de la puerta y cuidadosamente comenzó a andar. Se encontró con una ciudad bastante antigua, las vestiduras de la gente eran muy del estilo siglo XVIII, al igual que toda la ciudad, pero las tecnologías eran bastante impropias de esa época. Cruzando el cielo había una especie de raíl que transportaba mercancías de un lado a otro. También, enfrente de él había un puesto de perritos calientes. Booker se moría de hambre, cuando eres alcohólico habitual puedes pasar varios días sin comer, por lo menos sin que te entre hambre, pero cuando tienes hambre no hay nada que te pare. Se acercó al puesto.

- Perdone, señor, deseo tomar un perrito ¿A cuanto va cada uno?
- Son tres águilas de plata
- Pues póngame cinco, con ketchup y mostaza.
- ¿Perdone?
- ¿El qué?
- ¿Con qué lo quiere?
- Ketchup y mostaza, por favor.

El hombre lo miraba extrañado, DeWitt no quería que se notase que era de fuera, además estaba vestido para la ocasión.

- Perdone, es una broma- Booker se rió
- Ah vale, ya empezaba usted a preocuparme- le respondió mientras esbozaba un a forzada sonrisa

DeWitt cogió un taburete, se sentó ante el puesto y comenzó a comerse los perritos muy rápidamente, el dependiente lo miró extrañado. Mientras tanto, Booker, observaba como la ciudad se mantenía en continuo movimiento, pero no notaba absolutamente nada, ni siquiera un simple cosquilleo en el estómago. Pero se abstuvo de hacer preguntas, al fin y al cabo él era un mandado, si algo había aprendido en la vida era eso: No preguntes, no contestes, no hables. Aunque para cumplir una de sus necesidades fisiológicas tuvo que preguntar, no sin su correspondiente disimulo.

-Perdone, acabo de cortar con mi novia y no tengo donde quedarme ¿Conoce usted algún Motel barato en el que pueda pagar en coronas?
-¿Motel? ¿Coronas?
-Sí, para dormir.
-¿Dormir? Amigo, aquí no se duerme.
-¿Perdone?
-Me extraña que usted haya bajado de el santuario y no lo sepa ¿Es usted de aquí?
- Si, si, perdone, estaba bromeando otra vez.
- Vaya, que bromista ¿No tiene nada mejor que hacer?
- Ahora que lo dice sí ¿Conoce usted a esta chica?- preguntó mientras sacaba la foto que tenía en la caja
- Por favor, deje de hacer el gilipollas y váyase a molestar a alguien que no esté trabajando.
-Perdón si le he molestado, pero ¿Podría decirme quién es esta chica?- preguntó a los ojos molestos del vendedor, que cambiaron a ser ojos extrañados al acabar la pregunta de Booker.
-¿Es que no lo sabe?
-No, y le agradecería que me lo dijese
-Es Elisabeth, la hija del profeta, nunca se la ha visto en persona. Dicen que un día la estatua se convertirá en ella y nos llevará a todos otro nuevo edén- le contestó señalando hacia una gigantesca estatua que había flotando en el aire como el resto de edificios.

DeWitt, por lo que ya había visto se dio cuenta de que los habitantes de aquella ciudad estaban a manos de aquel profeta que tanto amaban. Así que decidió no hacer preguntas. Se despidió del vendedor y se marchó, no sin antes pagarle los perritos. Booker continuó andando hacia una enorme estatua que había erguida en lo que parecía ser la plaza principal. Como no, la estatua era del profeta aquel, y la mitad de las conversaciones que mantenía la gente que estaba en la plaza trataban de ese tal Comstock. Parecían hipnotizados. Había gente haciendo picnics debajo de la estatua y niños jugando con el agua de las bocas de riego, parecían felices, a Booker le importó una mierda y siguió su camino hacia ninguna parte. Conforme pasaba por las calles más escalofríos sentía, la gente daba miedo de la manera que sonreía. Entonces, una multitud de gente pasó corriendo llevándose a DeWitt por delante, éste intentó llamarles la atención pero parecían expectantes de algo. Booker les siguió hasta lo que parecía ser una especie de carnaval con carrozas voladoras que pasaban entre lo que venía a ser la separación de dos calles.
Las carrozas estaban hechas, como no, sobre el Profeta, y en ella había inscripciones como “La visión de una gran ciudad”, “El profeta Comstock conduce a su pueblo de la Sodoma de abajo” y “Milagrosamente ha nacido un niño, el futuro de Columbia es seguro” (Con esto, Booker, supuso que hablaba de la hija del Profeta, por la cual él estaba allí)
Mientras tanto, una voz narraba el desfile y lo que significaba cada carroza.

-Tras la victoria en WoundedKnee, el ángel Columbia se le apareció al Profeta Comstock y le mostró una visión del futuro. Y así nuestro profeta llevó a la gente hacia arriba, a la ciudad, lejos de la Sodoma de abajo y allí crearon una unión aún más perfecta. Pero el futuro de nuestra ciudad es la niña milagrosa, el cordero, ya que el profeta ha dicho que ella, desde su torre hará entrar en razones a la Sodoma de abajo.

Cuando acabó el discurso salieron de las dos plataformas que bordeaban el discurso dos trozos de carretera que se unieron para dejar pasar a la gente de un lado a otro. El policía abrió la barrera al grito de “¡Via libre! Mucha suerte en la rifa”. DeWitt no entendió eso último pero se limitó a seguir a la gente.
Cuando el grupo se dispersó, Booker quedó justo en frente de la estatua flotante en la cual “supuestamente” estaba la chica que él debía ir a buscar.

-Allí se supone que está- se dijo mientras se encendía un cigarrillo
-Telegrama, señor DeWitt- anunció un joven que parecía haber salido de la nada
-Pero… ¿Quién eres?
-¡Un telegrama para usted!- le dijo con entusiasmo mientras le entregaba un papel, continuadamente, salió corriendo.

Booker le propinó una mirada furtiva cuando se marchaba y miró el telegrama.

“DeWitt STOP
No alertes a Comstock de tu presencia STOP
No se puede fumar en la ciudad STOP
Hagas lo que hagas, nunca cojas el 77# STOP”
Lutece

No entendió muy bien el final, tampoco conocía al emisor, pero volvió a repetirse la frase “Yo solo soy un mandado”
Siguió caminando como una persona corriente, pero pronto se detuvo delante de un cartel en el cual aparecía el monumento al cual el debía acceder para encontrar a la chica, al parecer se llamaba Monument Island y estaba prohibida la entrada allí. Memorizó el nombre y prosiguió el camino, atraído por sonidos de feria se terminó encontrando dentro de una. Había gente aclamando a gritos que un tal Vox Populi andaba suelto, pero DeWitt supuso que como en cualquier ciudad siempre hay delincuentes sueltos. Pero lo que más le llamó la atención fue una especie de gigante que había en un escenario, su cuerpo estaba hecho de metal, pero tenía cabeza humana y dentro de la coraza de metal se destacaba un corazón. Se acercó a escuchar al vendedor.

-Acérquense y vean al maravilloso Handyman ¿Es un hombre? ¿Es una máquina? ¡Solo el ingenio de Columbia podía crear semejante maravilla!

Pensaba preguntarle al vendedor acerca de esa criatura, pero una mujer, desde lejos llamó su atención. Era morena de piel, llevaba un vestido blanco, de campesina y tenía una cesta de mimbre con unas extrañas botellas dentro. DeWitt se acercó a curiosear y la mujer comenzó su discurso de venta.

-Amigo ¿Alguna vez le ha hecho perder dinero alguna máquina expendedora? ¿Un teléfono se ha negado a contactarle con su querida esposa? ¡Bueno, pues es hora de recuperar el control sobre los hombres de metal! ¡Demuestre quién manda con Posesión! Doblegará cualquier máquina a su voluntad

Booker la miró extrañada, pero nunca se había negado a probar nada, quizás por eso acabó allí. Así que cogió uno de esos y comenzó a tragar. De repente escuchó una voz en el aire que le dijo “Un solo susurro, y serán todo oídos”.
Todo empezó a volverse negro, no veía nada, solo figuras verdes andando por delante suyo, parecían espíritus que se reían, estaba temblando. Poco a poco todo volvió a la normalidad y quedó él delante de la  mujer que le había dado la bebida. Sintió un fuerte ardor en la mano izquierda, le estaba quemando fuertemente, la levantó y tenía una especie de fuego verde incendiando su mano, no pudo evitar gritar fuertemente hasta que el efecto se pasó y su mano volvió a la normalidad. La dependienta se reía a carcajada limpia.

-¿Qué coño era eso?
-Posesión, señor DeWitt, ahora cada máquina que toque se doblegará a su voluntad.
-¿Quién es usted? ¿Y cómo sabe mi nombre?

Todo empezó a volverse negro de nuevo, Booker cayó al suelo y comenzó a zarandearse hasta perder el conocimiento.

“Pronto lo sabrás Booker, pronto lo sabrás”

2 comentarios:

  1. Gracias buen relato o transcripción de este enorme juego!

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    1. Gracias a ti, espero poder acabarla antes de verano. Disfruta ;)

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